Las carreteras.

Hoy a sido la primera vez que he ido por la autovía y en cierta manera me he sentido un extraño al pasar tan rápidamente por lugares que siempre los había transitado por caminos de tierra, se ve de otra manera, o mejor dicho no ves casi nada. El Barro Blanco, Las Carrerinas, el Carril de La Mata... no es igual pasar a todo trote por ahí que ir a ver una tierra tranquilamente de paseo, se me amontonan los recuerdos de niñez en algunas de las tierra cercanas a la autovía, esos recuerdos que no se van nunca y ahora al pasar por esos lugares tienes que tener la vista bien alerta por que te pasas la tierra sin verla. Voy a trasladar aquí un texto que he leído hace poco, parece que sirvió para un examen de selectividad en el curso pasado y viene al caso de las autovías comparadas con las antiguas carreteras.

Las carreteras, antes pasaban por el campo. Ahora ya no pasan por ningún sitio reconocible. Simplemente van de una ciudad a otra sin ningún miramiento, desatendidas de las geografías intermedias. Por supuesto que tampoco soy tan inflexible como para negar que las modernas autovías han reducido las distancias antiguas y han aportado una más efectiva correlación entre los fabricantes de coches y los ingenieros de caminos. Pero también han convertido la campiña en una especie de ingrediente accesorio de los viajes. O en algo que apenas se deja ver. Ya se sabe que la velocidad es una pésima aliada de los gozos de la vista. Los muy acreditados atractivos de las viejas carreteras han sido eliminados efectivamente en autovías y autopistas. Tal vez sea mejor así, pero aquellas carreteras que hoy se secundarias disponían de toda clase de reclamos tentadores. Tan pausadamente se recorrían que había tiempo para todo, hasta para perderlo. El disfrute de la vida contemplativa y el delicado negocio de la parada y fonda estimulaban al viajero en todo momento. Era difícil resistirse a la tregua apacible de las ventas o al reposo en un ameno paraje al borde del camino. Viajar en automóvil por una autovía se parece ya bastante al viajar por el interior de una naturaleza si no muerta, sumamente desmejorada. Que conste que no estoy aludiendo en absoluto a una nostalgia pueril ni a nada referido a la seguridad vial o a los atascos de larga duración. Me limito a sugerir que el progreso no significa obligatoriamente humanización y que por tanto, una autovía tampoco presupone necesariamente que la rapidez y el bienestar sean méritos complementarios. La próxima vez que me aventure por una autovía no ahorraré esfuerzos por batir mi propio record: el de tardar mas tiempo que nadie en llegar tan ricamente a mi destino. Así evito también el riesgo de competir con apresurados.

José Manuel Caballero Bonald.

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